miércoles, 8 de octubre de 2008

Presentaciòn del Libro y los dibujos de "El negro es un color" de Julio Silva, Jueves 23 de Octubre, 19hrs.


Un 12na es una docena de imágenes. El número 12, con su tradición milenaria, promueve la alquimia de transformar la agrupación de elementos individuales en nuevos cuerpos colectivos. El proyecto 12na continua esta línea de trabajo en tanto se propone como un formato enciclopedista y universalista de clasificación del mundo a través de sus imágenes. 12na le propone a nuestra mirada contemporánea una experiencia de relectura permanente sobre las huellas del pasado y del presente.

12na es, sin más, un proyecto original sin precedentes.

El Proyecto 12na se propone como un formato enciclopedista y universalista de clasificación del mundo a través de sus íconos e imaginarios visuales.

Una 12na son doce imágenes de un autor: artista plástico, fotógrafo, arquitecto, diseñador…

También pueden ser doce imágenes de diferentes autores ligados por una época, un espacio de publicación, una temática, una idea…

Producto de la globalización y de la centralización de los medios de comunicación e industrias culturales, ha surgido la necesidad de conocernos -reconocernos y darnos a conocer

Una de las maneras de atender a estas necesidades es la de resaltar a nuestros artistas consagrados y la de crear espacios de divulgación para los emergentes.

La colección 12na se propone como un canal abierto a la libertad de expresión, la diversidad cultural y la difusión de la producción independiente de arte, creando un espacio innovador: pequeñas publicaciones con alta visibilidad y rotación. De esta manera le devolvemos a la obra visual la cierta riqueza material que los nuevos medios tecnológicos de comunicación masiva no permiten. Rápidamente se construye una red que revaloriza la cultura a través del libro: El papel, la tinta, la encuadernación. Se recupera así al libro-objeto a través de un sistema de distribución que nos conecta con el otro por medio un objeto tangible.

El dia 23 de Octubre a las 19:00 hrs, se presentará un nuevo Docena, El negro es un color de Julio Silva, junto con la exposición de las obras del artista.

Durante la inauguración los esperamos con empanadas caseras y un buen vino tinto.


Gacetilla de prensa

Inauguracion Julio Silva

23 de Octubre 19:00 hs

El negro es un color. Muestra en Asunto Galería.

Exposición de obras y presentación de

El negro es un color Colección 12NA

LAMARCA EDITORA

1)

ASUNTOGaleria se complace en presentar (después de 24 años de ausencia porteña) a un amigo de la casa, Julio Silva.

Conocimos a Julio Silva en la edición de Silvalandia de Argonauta de 1984. Maravilloso libro que reúne sus pasteles al óleo con las prosas que Julio Cortázar le dedicara en 1974, fuera editado en México en 1975 y del que existen versiones en francés, español, alemán, italiano y polaco.

Al aparecer su primera edición francesa, el diario Liberation la festejó con esta descripción: “Tolkien y Cortázar en los zuecos de los Reyes Magos“.

Fue veinte años más tarde cuando su nombre apareció mágicamente en mi pantalla, presentándose desde el vamos como amigo y acusándome de ser un buen editor.

Lo segundo resulta enteramente subjetivo; lo primero pude constatarlo luego y otros, por supuesto antes que yo, pues la amistad es un rasgo estigmático en Julio Silva. Es ante todo un amigo de sus amigos, con todo el peso que ello tiene y la responsabilidad con que ha asumido el cuidado de la memoria de sus amigos más grandes, más caros.

Aún faltaba entonces un año para poder agradecerle su estima predatada, apreciar en París su inconcebible colección de esculturas y máscaras africanas, el acceso irrestricto a su prolífica obra y por sobre todo su amistad que, precipitada por los taninos y las exquisiteces que sólo un dedicado gourmet como Silva es capaz de ofrecer, era catalizada cada noche por su don de charla.

“El escritor tiene sus traductores, en cambio al pintor es sólo el poeta quien puede traducirlo“, me dijo mientras me mostraba los inéditos de Saúl Yurkievich (cuya edición nos prometimos) y enrollábamos las obras que aquí presentamos.

Recuerdo que en su conversación también citó a Lautremont, a Cortázar y a Matisse que le puso nombre a este líbrido: «El negro es un color de igual importancia que los demás», ¿te das cuenta?

Guido Indij

2)

Aprovechamos para contarles que estamos trabajando en una nueva colección. ¡Una monada de colección! La colección DÚO trabaja sobre la idea de la colaboración entre un pintor y un escritor.

El primer título de esta colección será Simulacro de ausentes de Saul Yurkievich y Julio Silva. Un libro elegante, cuidado que trasmite un legado poético y testimonia una amistad creativa.

A fin de solventar los gastos de esta edición, Julio Silva ha puesto a disposición de la editorial 30 obras originales que serán ofrecidas a un precio de oportunidad a los amigos, los coleccionistas, los mecenas del arte y la poesía.

Otros títulos que pergeñamos en esta colección son:

Escrito en el aire de León Ferrari y Rafael Alberti

El comercio de los pensamientos de Jean-Luc Nancy y Antonio Seguí

El discurso del Pinchajetas de Julio Cortázar y Julio Silva

[Se agradece su difusión]

Contactos de prensa:

galeria@asuntoimpreso.com/43618210

mailto:prensa@lamarcaeditora.com

3)


Mario Bravo 441 Capital Federal, Buenos Aires.

Aprovechando su visita a la Argentina, el día 25 de octubre a las 19 hrs., Julio Silva inaugurará con la muestra "Pálidos Palimpsestos", un nuevo ciclo de vida del Archibrazo, legendaria editorial surrealista animada por Juan Andralis, su hermano de ruta durante más de treinta años. El Archibrazo reinaugura su actividad de difusión del surrealismo y el arte contemporáneo, en sus diversas manifestaciones, con un pie en la realidad cotidiana y un pie en la otra parte que cierra el círculo que es el mundo de los sueños.


4)

Julio Silva nació en 1930 en Concordia (Entre Rios). Fue Leopoldo Marechal, su maestro de sexto grado de la escuela primaria quien lo alentó en su deseo de emprender el estudio de las artes plásticas.

Hacia 1950, Juan Batlle Planas, lo tomó como alumno en su taller, semillero de talentos, donde compartieron el gusto paralelo por la literatura: Lautreámont, Baudelaire, Borges, Cortázar.

En 1955, al llegar a París el encuentro con éste último dio origen a una larga amistad y colaboración artística que se corporizó en una serie de libros, entre los cuales resulta inevitable mencionar Les discours du Pince-Gueule (1966), La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969), Silvalandia (1975). En 1970, durante un viaje por Italia, el pintor descubrió Carrara y el mármol, que despertó en él su instinto del volumen. Silva, ha realizado en Francia dieciocho esculturas monumentales in situ, entre ellas “Piègemalion“, erigida en el Forum des Halles de París, y “Dame-Lune“, en la terraza de La Défense de la misma capital. En el año 2001 realizó La fuente “Panta Rhei “, en Massa (Toscana).

Ha realizado exposiciones personales en galerías de Europa, America Latina y Estados Unidos, así como en los museos Sainte-Croix de Poitiers y el Centre Georges Pompidou de París. Esta muestra pretende acercar una parte de la prolífica obra de Silva al público argentino, celebrando la exhibición que pondrá fin a tan postergado encuentro.


miércoles, 1 de octubre de 2008

Entrevista a Julio Silva, que el 23 de Octubre expone obra en ASUNTO GALERIA

Tomada de El Espectador, Julio 2008


Cortázar, el enorme


Hace cuarenta y cinco años, Editorial Suramericana publicó la novela con la que Julio Cortázar sentó las bases de la narrativa moderna latinoamericana. Los artistas argentinos Luis Tomasello y Julio Silva, comparten anécdotas de tres décadas de amistad con Cortázar en París.

por Ricardo Abdahllah, EL ESPECTADOR

“Cuando estés allá, vé y decíle a Julio que lo queremos mucho” le encargaron algunos amigos al escultor Julio Silva cuando supieron que se iba para París. El recado encerraba ya que Silva sería el “otro Julio”, pero no le molestó y aún se refiere a sí mismo de esa manera. Con eso en mente, bajó del tren en Gare Saint Lazare en Marzo de de 1955. No tenía mucho dinero ni pasaje de regreso y sabía que tendría que trabajar en lo que fuera, pero sabía también que en Buenos Aires ya había visto lo que había para ver. Sólo un amigo lo esperaba, pero el círculo de conocidos fue creciendo y las cosas mejoraron. Algunas semanas después de su llegada, Silva se detuvo frente al edificio de la UNESCO en la Avenida Kléber para transmitirle al otro Julio el mensaje que le habían encomendado.



“Abrí la puerta de su oficina, él estaba sentado en su escritorio y como era tan alto me pareció que nunca iba a acabar de ponerse de pie” dice Silva en su apartamento cuyos tres niveles están casi del todo ocupados por las máscaras que colecciona. La mayoría son africanas, pero hay también asiáticas y centroamericanas. Las méxicanas se distinguen por lo coloridas. Silva dice que no sabe cuántas tiene y organiza las fotografías para el catálogo de lo que será una donación importante a un museo de Buenos Aires. En las paredes pueden verse algunos de sus dibujos originales. Por número, están en desventaja frente a las máscaras, pero es más notoria la diferencia de temperamento. Las máscaras, las nigerianas sobre todo, inspiran miedo a los mortales y al menos respeto a los temerarios; las figuras en las pinturas de Silva siempre parecen estar sonriendo o al menos intentando sonreír.

Decir que parece que Silva hubiera pintado cronopios parecería fruto de un exceso de emociones cortazarianas, sino fuera porque Silva hizo también la portada de Historias de Cronopios y de Famas. Del encuentro en la oficina de la Avenida Kléber, una vez que Cortázar terminó de ponerse de pie, nació una amistad de la que salieron innumerables cenas y un buen número de proyectos comunes. Silva fue el responsabe de la original diagramación de La vuelta al día en ochenta mundos y con sus dibujos inspiró a Cortázar los textos de Los discursos de Pinchajetas y Silvalandia. La portada de esta obra muestra a los dos Julios con cara de cronopios que le tendrían miedo a un ejército de máscaras camerunesas. En el dibujo Cortázar es el más pequeño de los dos.

A lo mejor no están dibujados en proporción a su estatura real sino a su capacidad culinaria.
“Silva es un cocinero excelente” dice Tomasello “Cuando cenábamos con él y con Cortázar y Yurkievich en mi casa, yo hacía algo sencillo. Una milanesa o una pasta, que también le gustaba a Cortázar. Silva en cambio inventaba cosas”

Como Cortázar y Silva, Luis Tomasello es argentino y desembarcó en París en los cincuenta. Desde hace cuarenta y cinco años, vive cerca del cementerio de Père Lachaise en una casa que ha ido agrandando a partir de el taller original que le compró a un carpintero que lo tenía abandonado y en el que adaptó un apartamento. Conforme pudo mover los muebles y ampliar la construcción, la habitación inicial ha vuelto a ser un taller. Llueve y hay un gato negro que no se ocupa de uno de esos ratoncitos pequeños de metro que vagabundea entre los listones de madera. Tomasello, aunque se recupera de una pierna rota, no deja de trabajar en las esculturas cinéticas a las que se ha dedicado desde los sesenta, por la época en la que una arquitecta argentina que lo conocía le dijo que una pareja con la que ella había trabajado buscaba alguien para que les pintara su apartamento. Aunque Tomasello no era ese tipo de pintor, las finanzas no iban bien y ese trabajo le permitría ganar algún dinero mientras llegaban las exposiciones y los compradores.

La casa en la Plaza del General Beuret que Tomasello pintó sigue siendo el hogar parisino de Aurora Bernárdez y el apellido Cortázar aún puede leerse en el buzón. Fue allí donde el escritor terminó Rayuela, que había comenzado en un cuartico del 7ème mientras trabajaba en El Perseguidor. Ese cuento, el mismo Cortázar lo dijo, abrió para él en cuestiones de fondo el camino que Cronopios y Famas le abriría dos años después en cuestiones de forma. Para 1960, Cortázar ya tenía claro que escribiría una novela “como The Moonstone de Wilkie Collins” y que la acción pasaría por mitades entre París y Buenos Aires. En una carta escrita en mayo del 61, confesaba que durante un viaje a Viena había terminado su primera versión de “La” Rayuela.

“Con Yurkievich decíamos que la verdadera biografía de Cortázar eran sus cartas y él lo sabía” dice Silva “Decía que no le gustaban el estilo ‘epistolar’, pero cuando las escribía lo hacía para él tanto como para su destinatario; así fue haciendo un registro de su vida y perfeccionó su escritura.”

La carrera literaria de Cortázar había empezado con Presencia un libro de poemas que pasaba por líneas del tipo Yo te pido, Señor, que esta existencia
vista su faz de nieve no posada, que incluía métrica y rima y que pasó desapercibido. Pasarían diez años antes de su siguiente publicación, el cuento “Casa Tomada” que apareció en Anales de Buenos Aires gracias a los oficios de Jorge Luis Borges. En el 51, una beca por diez meses le permitió viajar a París y un diploma de traducción obtenido tres años antes le permitió encontrar trabajo en la UNESCO y quedarse.

“Cortázar era muy disciplinado con su trabajo en la UNESCO pero a veces también escribía a escondidas en la oficina. Quién sabe cuánto de Rayuela fue escrito mientras sus superiores pensaban que estaba haciendo una traducción” dice Tomasello mientras sigue con la mirada al ratoncito de metro. A parte de las esculturas cinéticas y los materiales de trabajo, muestra también algunos de los catálogos que Yurkevich y Cortázar escribieron para sus exposiciones “Lo cierto es que Cortázar escribía mucho” continúa “Yo todavía tengo una de sus cuatro máquinas de escribir portátiles que me regaló diciendo ‘por si la necesitás’”.
“Cuando terminaba el horario de trabajo, se iba a caminar como siguiendo los consejos de Aragón en Un paisano en París. Uno podía encontrárselo en el Sena o por la Galería Vivianne. Una de las cosas que decíamos de París es que había esquinas que te hacían pensar en Lautrémont o en Nérval, que cada calle encierra un hecho histórico. Eso le gustaba. Era muy transeúnte y eso se le nota en los cuentos, en el Jardín de Plantas de Axolotl en los peces del quai de la Mégisserie en Rayuela” dice Silva. Luego añade que si Cortázar tuvo sucesivamente cuatro autos, todos de modelos baratos, era porque los usaba para ir a su finca en Saignon, en el corazón del midi¸el sur de Francia.
Los cuatro argentinos tenían un gusto enorme por la región donde Cortázar tenía su casita de campo y allí solían pasar el verano con sus familias. Due en la autopista del sur que Saúl Yurkevich, el último del grupo en llegar a París, tuvo el accidente de auto que le costó la vida en el 2005.

“Yo tenía una casita de campo cerca de la Cortázar” dice Tomasello “allá se entrenaba con Silva en el boxeo, o jugaban más bien a boxear, él esribía y nosotros pintábamos y no faltaban el mate y los asados. Aquí tomábamos mate también cuando trabájabamos juntos con la madera. No era muy hábil, pero le gustaba hacer cosas y en ciertas temporadas tuvo en su casa un rinconcito donde hacía esculturas con metal o con madera. Las tres veces que se cambió de casa en París me llamó para reacondicionar los estantes de su biblioteca. Se entusiasmaba, pero al cabo de un rato se ponía de pie y decía ‘Es el momento de hacer una pausa húmeda’. ..
Y cuestión de efecto, de mirar todavía el ratoncito, Tomasello hace una pausa para preparar la risa que sigue después.
“Una pausa húmeda era un whisky” dice “Siempre tenía whisky del mejor”.

“Tomaba, digamos que correctamente y le gustaban los vinos que le ofrecía” dice Silva “y fumaba; gitanes sobre todo y habanos que le llegaban de Cuba. Lo que traía para las cenas era mejor. La gente venía siempre con una botella de vino o un postre. Cortázar traía una historia, ese era su aporte. Comenzaba a contar algo que le había ocurrido en el metro y al cabo de diez segundos todo mundo estaba subyugado porque además de que contaba tan bien hablando como lo hacía escribiendo, sus historias eran maravillosas; eran el tipo de cosas que uno no creería pero que a él le pasaban de verdad”.

“Era un tipo solitario, pero cuando él era amigo, era un amigo total. Esa era una de las razones por las que todo mundo lo quería. Otra era que su conversación era magnífica. Sabía mucho de pintura y la fama de experto en el jazz es justificada, pero nunca sonaba como el tipo que se jacta de saberlo todo. Así como cautivaba un grupo de intelectuales podía hacerlo con un panadero o un obrero de construcción” dice Tomasello.
“Lo que pasaba es que cuando se trataba de conversaciones intelectuales, el único interlocutor posible habría sido él mismo” dice Silva.

Había mucho de conversaciones ‘intelectuales’ en el manuscrito que Cortázar le entregó a Alejandra Pizarnik a principios del 63. Siempre escribía a máquina, pero corregía a mano y de ahí tuvo la idea de que si la poeta argentina le ayudaba a transcribir las correcciones, él se ahorraría mucho de trabajo y ella, que por ese entonces tenía 26 años y trabajaba transcribiendo fichas, podría ganar algo de dinero extra. De ahí vienen las anécdotas sobre Cortázar llamando en la madrugada a la casa de Pizarnik mientras ella se negaba a responder el teléfono porque no tenía idea de dónde había dejado el original de Rayuela, que una vez recuperado y terminado de corregir, Cortázar puso en las manos del otro Julio.
“Lo primero que me impresionó fue el tamaño del paquete, pero apenas comencé a leerlo sentí como si alguien me hubiera entregado una bomba sin darme ninguna idea de cómo manejarla o qué precacuciones tener. Pasé un mes en un sofá con esa bomba a todo momento; un mes en el que dormí, comí y cociné con Rayuela entre las manos”.



El 2 de junio de 1963, antes de un viaje a Italia y luego de haber anunciado desde mayo del 61 que su novela estaba terminada, Cortázar envío por avión los manuscritos a su editorial en Buenos Aires. Una y otra vez se había preguntado si Editorial Suramericana se arriesgaría a publicar un texto largo tan experimental. Lo que siguió fue un reconocimiento inmediato, el inicio del boom latinoamericano del que todos su miembros, Cortázar incluído, desconfiaron. Rayuela marcaría el punto más alto en su carrera.
Las traducciones al francés y al inglés aparecieron en el 66. Sus siguientes libros serían menos comprendidos por la crítica, en parte por lo lejos que quizo llegar con su experimentación y en parte por razones políticas, pero los lectores siempre lo siguieron queriendo.
“Rayuela lo hizo mucho más conocido, pero no cambió con sus amigos. Nunca le interesó promocionarse ni hacer parte de esos círculos cerrados de escritores. dde Cortázar todo mundo tendría que decir que tenía una corrección y una amabilidad que salían a la vista” dice Silva.

“Y así pasó la vida hasta que se fueron muy rápido y yo tuve que enterrarlos a los tres” dice Tomasello. “Primero fue el gato que tenían, Coronel, que traje desde el midi en tren, se murió de indigestión y está enterrado en el patio de mi casa. Luego, después de un viaje que hicieron a Nicaragua, Carol volvió muy enferma y hubo que internarla. Su muerte fue terrible para Cortázar, porque de sus tres mujeres ella fue el amor de su vida. Él murió un año y medio después, casi sin salir de la casa donde los dos vivían por el Canal Saint Martin”.

. “Seguiré leyendo sin distraerme, sabiendo que me están mirando, que el pájaro Emilio se prepara a saltar a mi hombro. Jamás se lo permitiré; nunca seremos cinco en Silvalandia.”
Julio Cortázar, Silvalandia.


“Al final yo lo visitaba casi todos los días en el Hospital Saint Lazare. Yo llevaba en mi auto las setenta copias que él debía firmar de Diez el Negro, el último trabajo que hicimos juntos” dice Tomasello “Tres días antes de morir, me preguntó por el libro. Bajé al coche y subí las copias. Le tomó dos horas firmarlas. Yo le decía ‘Dejá para mañana’ y él contestaba ‘No, mirá, que mañana a lo mejor ya no estoy’”.

La complicidad sútil y como displicente de Luis Tomasello juega a ordenar lo desordenado, a peinar minuciosamente la cabellera de la luz, pero por debajo de esta disciplina hay el placer de liberar
Julio Cortázar La alquimia siempre


“Cortázar era enorme. Cuando murió trajeron una camilla normal, pero no cupo así que tuvieron que ir a buscar una camilla más grande y yo me quedé con él dos horas, solito ahí, tan grande como era”

Tomasello había hecho la piedra tombal para Carol en el Cementerio de Montparnasse. Dice que Cortázar la eligió ya pensando que él “pronto necesitaría su lugarcito”. La escultura que adorna la tumba también fue elegida para Carol por Cortázar, que la vio en la casa de Silva. Era la representación de uno de los dibujos que “el otro Julio” había hecho para Silvalandia.
“No hay mucha relación con lo mío, pero sí con lo que escribía Cortázar, esos bichos raros” dice Tomasello “La escritura de Cortázar es el hilo entre mi piedra y la escultura de Silva y el resultado es una linda tumba.”
Silva vuelve a hablar de un hilo, dice que para él los amigos de Cortázar eran como perlas y Julio era el hilo que los unía.

***

Por causa de una de esas tradiciones inventadas por los lectores jóvenes, que a Cortázar siempre le sorprendieron porque Rayuela le parecía una novela de adultos, las personas que visitan la tumba en Montparnasse, suelen dejar (sobre la piedra funeraria hecha por Tomasello, al lado de la escultura de Silva) una rayuela dibujada en un tiquete de metro o una hoja de cuaderno. Le digo a Tomasello que la pregunta más obvia que se haría la gente que deja esos papelitos es si hay alguna relación real entre los amigos-perla de Cortázar y los miembros del Club de la Serpiente, tan inmersos en sus diálogos metafísicos y sus manías de tipo organizar alambres y platones y unir tablas de ventana a ventana.
“No sé si podría decirse que hay una relación entre Rayuela y nosotros; a lo mejor, pero su novela tiene mucho de misterio y de juegos” dice Tomasello y hace tres intentos para aplastar con el pie al ratoncito de metro antes de regresar a los pequeños cilindros de madera que lima con un ángulo determinado y encaja por millares en las planchas enormes que constituyen sus esculturas cinéticas “Es una pena pero vieras después como se reproducen” dice a propósito del ratón. Ya se ha dado la vuelta cuando vuelve a hablar de Cortázar.“No sé por qué se nos murió tan jóven ese diablo”

“Rayuela, es un collage, una unión de elementos como los cuadros de Archimboldo. Eso hace que la gente establezca identificaciones. Cortázar era Oliveira, Edith Aron era la Maga, pero Cortázar los idealizó porque si los describía tal como eran o cómo éramos, la novela sería una descripción chata del cotidiano y no se le sentiría esa fuerza enorme que tiene” dice Silva. Luego vuelve de sus máscaras de todas partes del mundo que ya casi no le van dejando espacio.

París, Julio- 08